En memoria de Juan Luis Cervera
Hay días en los que te invade la nostalgia, hoy ha sido uno de ellos. Me estaba acordando, no se porqué, del CAP (curso de adaptación pedagógica), que fue en parte decepcionante, pero del que me guardo para mis adentros el ratito que gastaba con mis amigos en las clases, y el haber conocido a Ana, grandísima profesora con la que volví a coincidir años después y con la que me gustaría reencontrarme en alguno de sus miles de proyectos.
Precisamente una pequeña actividad propuesta por ella consistía en pensar en cuál era el profesor del que mejor recuerdo tenemos, y creo que también nos preguntaba por su archienemigo, el peor de todos ellos. Como somos mentes retorcidas, de nuestras cabecitas nada más que salían nombres de muchos profesores que, por unas razones u otras, no terminaron de conectar con nosotros y de los que por tanto no sacamos partido (Eso es por no escribir algo más malévolo, claro jeje). Pero también vinieron recuerdos de los buenos profesionales que se han cruzado por nuestras vidas, realmente no es una lista muy larga, pero hoy quiero rendir mi pequeño homenaje al que está en lo más alto de ella, muy de largo.
Aún recuerdo cuándo fuí a su casa por primera vez para apuntarme a sus clases particulares. No las necesitaba, pero me gustaban tanto las matemáticas que mis padres me lo propusieron. Yo acepté, aunque un poco a regañadientes. No se me borra de la memoria ese salón que parecía el camarote de un barco, y menos aún cuando lo vi por primera vez y me preguntó ¿Qué son las matemáticas? No se que le respondí, pero reconozco que su personalidad me impactó, para bien claro.
Desde ese día se fue forjando una relación especial, tanto que quizás el trabajo que desempeño ahora se lo deba a él, y no sólo el trabajo, sino también mi forma de hacer, mi método. Era sin duda un mágnifico profesor, pero hay muchos mágnificos profesores que ves pasar de largo sin más, y otros con los que el tiempo se detiene. Él no sólo lo detenía, era capaz de dominarlo. Sabía exactamente como conectar con cada uno de nosotros, enfangados por la adolescencia, y una vez en ese punto, cuando ya saltaba esa chispa, era capaz de sacar lo mejor.
No todo era fácil, ya que no todos somos iguales, ni siquiera somos la misma persona un jueves de octubre que un lunes de abril, y más a esas edades. Pero él tenía ese tesón, ya que el no conseguir conectar con sus alumnos supongo que se lo tomaba como un fracaso personal. Y fracasos supongo que hubieron, pero no serían derrotas, más bien oportunidades para aprender, para mejorar y seguir haciendo algo que sin duda le encantaba, enseñar matemáticas.
Él no necesitaba dar clases particulares, económicamente hablando claro, pero las daba. Tampoco necesitaba implicarse tanto con sus alumnos, pero lo hacía. Como siempre, igual que hay profesores y profesores, también hay alumnos y alumnos, y por supuesto que existían de los que no bebían del elixir que ofrecía, pero cuando conseguía que lo probaras ya no había vuelta atrás.
Sin embargo su auténtica pasión era la mar. Le gustaba tanto que no dudaba en compartirla con los demás. Qué recuerdos de cuando iba a navegar contigo, nunca se me borrarán. Me imagino que esa mar que tanto te había dado, y que compartías con tantos, un día cualquiera le dio un ataque de celos y te llevó, ya que ella te quería en exclusividad. Sí, así fue como hace ya mucho tiempo nos dejaste, pero tu recuerdo permanecerá eterno, como esas matemáticas que tanto te gustaban enseñar.
Nunca te olvidaré Juan Luis, y me gustaría volver a tener contigo uno de esos apretones de manos que se eternizaban, viendo quién era el que aguantaba más. Un fortísimo abrazo, mi profesor.
Deja una respuesta